viernes, 9 de marzo de 2012

Lola Ventura

El 09/03/2012 10:20,

Quim Fernández escribió:

Hola querida Susana, me han emocionado tus palabras en recuerdo de la  abuela . Denotan el cariño que le tenías y también las emociones que supo trasmitirte y que te acompañarán toda la vida.

Recuerdo que yo tambié me hice complice de sus pequeños caprichos ya que me acercaba andando hasta una granja de la calle Muntaner para comprar nata, pués decía que era la mejor que se hacía en Barcelona y tambíen recuerdo algún sábado por la tarde que ella iba a misa de 8 a Santa Ana en la plaza de Catalunya y despés ibamos a las granjas de la calle Petritxol a tomarnos un plato de nata. Era una persona entrañable, siempre con una sonrisa en los labios y tranmitiendo una confianza y seguridad por encima de cualquier problema.

La recuerdo siempre cosiendo y con un periquito que dejaba suelto por el cuarto y que le quitaba los alfileres para llevarselos a su jaula y al que enseñó a pronunciar las palabras Lope y Piky. Desde luego era muy  creyente y se pasaba de rodilas un buen rato delante del Cristo crucificado en la parroquia de Santa Ana y te confieso que en mi ha dejado un gran sentido espiritual y de reconfortante creencia en un Ser Superior. No acepto las estructuras y formatos de ninguna de las diferentes iglesias, pero si que mantengo mi propio hilo de comunicación con Dios.

 De nuevo te agradezco tus palabras y procura que esos buenos sentimientos se transmitan a tus hijas.

Ha sido Silvia quien me ha enviado tu escrito en el muro ya que yo no logro poder entrar en el blogs. Y desde luego puedes colgar si lo deseas esta carta.

 Un fuerte abrazo para las tres y en vuestra música entren también todas estas emociones.

Tu tio Joaquin

martes, 6 de marzo de 2012

Mi Abuela

  Tengo pocos recuerdos de mi Abuela. Pero los que tengo son nítidos. A veces una imagen, a veces un vago aroma desvaído a rosa seca y empolvada, a veces el sonido dulce de su voz cálida. A veces el recuerdo antiguo se  mezcla confuso con los relatos de mi madre. Y la veo. La veo feliz rodeada de sus hijos, enamorada de su marido, atormentada por sus involuntarias ausencias , deshecha y frágil tras su pérdida. Haciéndole a su retrato, en un afán de retenerlo,  una pregunta para la que no había respuesta.
  Recuerdo mañanas de primavera, acicaladas las dos, y emocionadas. Yo porque eran las únicas ocasiones, las que ella estaba en Madrid, en las que podía sentir el afecto cómplice e íntimo que sólo un abuelo sabe dar. Ella porque , de nuevo, iba a reunirse con su Lope. Aunque fuera con la distancia del tiempo y el polvo perpetuo. Y hacía de esas visitas al cementerio, una privada celebración. Y yo,  abstraída en mis juegos , asistía a su encuentro, secretamente fascinada por la escena.
   Siempre que he pasado por ese cementerio he sentido una gran nostalgia. La que se siente por los instantes felices de la más lejana infancia.
  Otro de sus placeres iba después. Los pastelitos de nata. Un capricho
 prohibido para ella que yo compartía y que me convertía en cómplice y custodio de su secreto.  Ese gran honor depositado en una niña tan pequeña, forjó una lealtad tal que hasta hace muy poco no ha sido quebrantada.
  
   Con el tiempo he llegado a conocerla, a través de mi padre y de mí misma.
He llegado a comprenderla y , desgraciadamente , a experimentar su dolor. Pero el recuerdo de su joven espíritu y su fuerza serena me ha marcado muchas veces el camino.
 
   Mirando atrás me doy cuenta de que conocí muy poco a mi Abuela, pero la sentí mucho y muy cerca. Y aunque yo no soy una persona religiosa, sino más bien escéptica, sigo sintiéndola a mi lado. Acompañándome desde lejos.


                   Susana